Ella se moría por un abrazo que jamás llegaría,
mirando a las estrellas pensando que algún día les vieron sonreír a las puertas de su mar,
condenada al olvido de cada uno, pero no a su propio olvido,
acariciando el viento que mece su soledad,
bebiendo a besos la melancolía,
borracha de sensualidad.
Y bajo aquel temporal eterno,
de prólogos y de nunca más,
recoge su cabellera oxidada,
pendiente de la hora a la que su felicidad llegará.
Y entre cadenas atadas a los días
y entre fríos suspiros tras el cristal,
sueña que te sueña ella pequeña,
sueña que te sueña sin pensar.
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